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poder mientras me agarres el cuerpo.
SEGUNDO SOLDADO. Tus piernas son más largas que las de la otra mujer, pero ya
he visto que no las mueves con tanta ligereza. Y creo que ni siquiera puedes tenerte en
pie.
JAHI. Ya no puedo.
SEGUNDO SOLDADO. Te tendré por el collar, la cadena parece bastante sólida. Si
con eso basta, muéstrame lo que puedes hacer. Si no, ven conmigo. No serás más libre
mientras yo te tenga.
(JAHI levanta las dos manos, extendiendo los dedos pulgar, índice y meñique. Por un
momento hay silencio, después una extraña y suave música llena de trinos. La nieve cae
en copos blandos.)
SEGUNDO SOLDADO. ¡Para eso!
(Le agarra un brazo y lo baja de golpe. La música se detiene bruscamente. Algunos de
los últimos copos se le posan sobre la cabeza.)
SEGUNDO SOLDADO. Eso no era oro.
JAHI. Pero lo has visto.
SEGUNDO SOLDADO. En mi pueblo hay una vieja que también cambia el tiempo. No
lo hace tan de prisa como tú, lo admito, pero claro que es mucho más vieja y más débil.
JAHI. Digas lo que digas, soy mil veces más vieja.
(Entra la ESTATUA, moviéndose Lentamente y como si estuviera ciega.)
JAHI. ¿Qué es esa cosa?
SEGUNDO SOLDADO. Una de las mascotas del Padre Inire. No te oye ni hace ruido.
Ni siquiera estoy seguro de que esté viva.
JAHI. Ni yo tampoco, desde luego.
(La estatua pasa junto a Jahi; ella le acaricia la mejilla con la mano libre.)
JAHI. Amor... amor... amor... ¿No me saludas? ESTATUA. ¡Iiiiii...!
SEGUNDO SOLDADO. ¿Qué es esto? ¡Basta! Mujer, dijiste que no tenías ningún
poder mientras yo no te soltara.
JAHI. Contempla a mi esclavo. ¿Puedes combatirlo? Adelante. Rompe tu lanza en ese
pecho amplio.
(La ESTATUA se arrodilla y le besa el pie a JAHI)
SEGUNDO SOLDADO. No, pero corro más que él.
(Carga con JAHI al hombro y corre. Se abre la puerta de la colina. Entra por ella y la
cierra de un portazo. La ESTATUA la aporrea con golpes poderosos, pero la puerta no
cede. Las lágrimas le corren por la cara. Al fin se vuelve y empieza a cavar con las
manos.)
GABRIEL. (Fuera del escenario.) Así, las imágenes de piedra se mantienen fieles a un
día que ha pasado, solas en el desierto que el hombre ha abandonado.
(Mientras la ESTATUA continúa cavando, el escenario se oscurece. Cuando vuelve la
luz, el AUTARCA se encuentra sentado en su trono. Está solo en el escenario, pero las
siluetas proyectadas sobre unas pantallas laterales indican que está rodeado de
cortesanos.)
AUTARCA. Heme aquí sentado como si fuera el señor de cien mundos, y sin embargo
ni siquiera domino éste.
(Fuera del escenario se oyen los pasos de hombres que desfilan. Se oye una voz de
mando.)
AUTARCA. ¡Generalísimo!
(Entra un PROFETA. Lleva puesta una piel de cabra y en la mano un cayado con una
talla rudimentaria en la cabeza: un extraño símbolo.)
PROFETA. En el exterior hay cien portentos. En Incusus nació un ternero que no tenía
cabeza, sino bocas en las rodillas. Una mujer de conocida alcurnia ha soñado que espera
un niño engendrado por un perro. La noche pasada una lluvia de estrellas cayó silbando
sobre los hielos del sur, y los profetas salen a los campos.
AUTARCA. Tú mismo eres un profeta.
PROFETA. ¡El Autarca en persona los ha visto!
AUTARCA. Mi archivero, que está muy versado en la historia de este lugar, me informó
una vez que más de cien profetas han sido asesinados aquí, lapidados, quemados,
despedazados por animales, y ahogados. A algunos hasta se los ha clavado a nuestras
puertas, como si fueran bichos. Ahora querría saber de ti algo de advenimiento de Sol
Nuevo, profetizado desde hace tantos años. ¿Cómo ocurrirá? ¿Qué significa? Habla, o le
daremos otro caso al viejo archivero para que lo añada a la cuenta, y enseñaremos al
pálido dondiego a trepar por ese cayado.
PROFETA. No tengo esperanzas de satisfacerte, pero lo intentaré.
AUTARCA. ¿Es que no lo sabes?
PROFETA. Lo sé. Pero sé también que eres un hombre práctico, que sólo te ocupas de
los asuntos de este universo, que raramente miras más alto que las estrellas.
AUTARCA. Sí, desde hace treinta años, y me siento orgulloso.
PROFETA. Entonces, hasta tú has de saber que el cáncer carcome el corazón del viejo
sol. La materia central cae hacia dentro, como si hubiera allí un pozo sin fondo.
AUTARCA. Mis astrónomos me lo vienen diciendo desde hace mucho.
PROFETA. Imagínate una manzana que tiene el corazón podrido. Todavía es bonita
por fuera, pero acabará descomponiéndose en podredumbre.
AUTARCA. Todo aquel que todavía se siente fuerte en la segunda mitad de su vida ha
pensado en esa fruta.
PROFETA. Pues otro tanto ocurre con el Sol Viejo. Pero, ¿y ese cáncer? ¿Qué
sabemos de él, salvo que priva a Urth de calor y de luz, y por último de vida?
(Fuera del escenario se oyen ruidos de pelea, un grito de dolor, y un estruendo, como
si un enorme jarrón hubiera caído de un pedestal)
AUTARCA. Pronto sabremos a qué se debe esa conmoción, profeta. Continúa.
PROFETA. Nosotros sabemos que se trata de mucho más, puesto que es una
discontinuidad en nuestro universo, un desgarramiento de los tejidos que no corresponde
a ninguna ley conocida. Nada sale de él, en él todo entra, y nada escapa. Sin embargo,
todo puede aparecer en él, puesto que de todas las cosas que conocemos, sólo él no es
esclavo de su propia naturaleza.
(Entra Non sangrando, empujado por picas tenidas fuera del escenario.)
AUTARCA. ¿Qué es esta deformidad?
PROFETA. La prueba misma de los portentos de que te hablé. En tiempos futuros,
como se viene diciendo desde hace tiempo, la muerte del Sol Viejo destruirá Urth. Pero de
su tumba surgirán monstruos, un pueblo nuevo y el Sol Nuevo. Entonces el antiguo Urth
florecerá como una mariposa que se desprende de su seca envoltura, y el Nuevo Urth
será llamado Ushas.
AUTARCA. ¿Y, todo lo que conocemos será barrido a un lado? ¿También esta antigua
casa en la que estamos ahora? ¿Y tú? ¿Y yo?
NOD. No soy sabio. Pero no hace mucho oí decir a un hombre sabio (que pronto será
familiar mío por matrimonio) que todo eso será para bien. Que no somos más que sueños,
y los sueños no tienen vida propia. Ved, estoy herido. (Extiende la mano.) Cuando mi
herida sane, no habrá más herida. ¿Y va a decir con labios sanguinolentos que lamenta
curarse? Sólo estoy tratando de explicar lo que dijo otro, pero eso, pienso, es lo que quiso
decir.
(Fuera del escenario se oye un grave repique de campanas.)
AUTARCA. ¿Qué es eso? Tú, profeta, ve a averiguar quién ha ordenado ese clamor y
por qué. (Sale el PROFETA.)
NOD. Estoy seguro de que vuestras campanas han comenzado a saludar al Sol Nuevo.
Eso es lo que yo mismo vine a hacer. Es costumbre entre nosotros que cuando llega un
huésped de honor gritemos y nos golpeemos el pecho, y aporreemos el suelo y los
troncos de los árboles de alrededor con alegría, y levantemos las rocas más grandes que
podamos levantar, y las lancemos por precipicios en su honor. Haré eso esta mañana si
me dejáis libre, y estoy seguro de que el propio Urth se unirá a mí. Las propias montañas
se arrojarán al mar cuando hoy se levante el Sol Nuevo.
AUTARCA. ¿Y de dónde viniste? Dímelo y te dejaré en libertad. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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