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constituía la imagen misma del terror. Sobre el extremo izquierdo de su pecho había una herida
abierta y negruzca. Fue entonces cuando esos gritos desolados y desgarradores que había oído
durante toda esa tarde en los bosques de Aswarby perforaron el cerebro de Stephen, más que su
oído. Luego, la espantosa pareja se trasladó suavemente y sin emitir sonido alguno por la terraza
de piedra, y Stephen los perdió de vista.
A pesar de que sentía un temor inenarrable, resolvió coger la candela y bajar hasta el estudio
del señor Aswarby, puesto que se aproximaba la hora de su cita. El estudio o biblioteca se
encontraba en un extremo del corredor del frente y Stephen, urgido por el miedo, no tardó
demasiado tiempo en llegar allí. Pero lo que no le resulté tan fácil fue entrar. Estaba seguro de
que la puerta no se hallaba bajo llave, pues la misma estaba colocada del lado de afuera, como
siempre. El niño golpeó la puerta en repetidas ocasiones sin obtener respuesta: el señor Abney
estaba ocupado y hablaba. ¡Qué! ¿Por qué trataba de gritar? ¿Y por qué el grito se le ahogaba en
la garganta? ¿Habría visto también él a esos misteriosos niños? Ahora todo era silencio... y la
puerta cedió ante los empujones frenéticos y aterrados de Stephen.
Sobre la mesa del estudio del señor Abney se encontraron ciertos papeles que aclararon la
situación a Stephen cuando tuvo edad para comprenderlos. Los conceptos más destacados eran
los siguientes:
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«Era una creencia fuertemente arraigada entre los antiguos, en cuya experiencia en estos
asuntos confío plenamente pues la pude comprobar por mí mismo, que si se llevan a cabo ciertos
procedimientos que a nosotros los modernos nos resultan algo brutales, se alcanza un fascinante
conocimiento de las propias facultades espirituales. Por ejemplo, si un individuo absorbe la
esencia personal de cierto número de sus congéneres, puede lograr un completo poder sobre las
órdenes de seres espirituales que controlan las fuerzas elementales del universo.
»Está registrado que Simon Magus podía volar por los aires, tornarse invisible o tomar la
forma que desease con la "ayuda" del alma de un joven al cual, según la expresión difamatoria
del autor de las Clementine Recognitions, había "asesinado". Más aún, gracias a los escritos
sumamente detallados de Hermes Trismegistus he descubierto que se puede llegar a resultados
igualmente felices por medio de la absorción de los corazones de tres seres humanos menores de
21 años. He dedicado los últimos 20 años de mi vida, en su mayoría, a comprobar la veracidad
de dicha fórmula, eligiendo como corpora vilia de mi experimento a personas cuya ausencia no
ocasionara una pérdida sensible a la sociedad. Di el primer paso al eliminar a Phoebe Stanley,
una niña de extracción gitana, el 24 de marzo de 1792. El segundo fue un jovenzuelo italiano
errante llamado Giovanni Paoli, la noche del 23 de marzo de 1805. La última "víctima", para
emplear un término que me resulta sumamente repugnante, ha de ser mi primo Stephen Elliott.
Le he asignado la fecha del 24 de marzo de 1812.
»El método más adecuado para lograr la absorción es arrancarle el corazón en vida,
reducirlo a cenizas y mezclarlo con medio litro de vino tinto, preferentemente Oporto. Es
conveniente ocultar los cadáveres de los dos primeros individuos: un cuarto de baño en desuso o
una bodega de vinos será lo más apropiado para tal fin. Es posible que la parte psíquica de
fantasma, cause ciertas molestias. Pero un hombre de temperamento filosófico  el único tipo de
hombre apto para estos experimentos será poco proclive a dar importancia a los débiles
esfuerzos de estos seres en su intento de vengarse de él. Me causa una enorme satisfacción poder
vislumbrar ya la existencia tan prolongada y libre que me proporcionará el experimento, si es
exitoso; no sólo me colocará lejos del alcance de la (supuesta) justicia humana, sino que también
eliminará casi por completo la posibilidad de que me alcance la muerte misma.»
El señor Abney yacía sobre su silla, con la cabeza echada hacia atrás y el rostro
transfigurado por la furia, el temor y el dolor mortal. El lado izquierdo de su cuerpo había sufrido
una herida lacerante, a corazón abierto. No había sangre en sus manos, y sobre la mesa se veía un
cuchillo largo totalmente limpio. Tal vez había sido una fiera salvaje la causante de sus heridas.
La ventana del estudio se encontraba abierta y el médico forense opinó que el señor Abney había
encontrado la muerte bajo las garras de una criatura salvaje. Pero cuando Stephen Elliott
examinó los papeles que ya hemos mencionado llegó a una conclusión muy diferente.
FIN
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