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probabilidades habían descendido a menos de una contra cien. Me pregunté qué
necesidad había de arriesgarse a aquel absurdo viaje, si hacía que nuestras
probabilidades de éxito disminuyeran... ¿Sabía realmente Mike lo que eran las
probabilidades? No se me ocurría cómo podía calcularlas, por muchos hechos que
tuviera.
Pero el profesor no parecía preocupado. Hablaba con los reporteros, sonreía en
interminables fotografías, hacía declaraciones diciéndole al mundo que tenía una gran
confianza en las Naciones Federadas, que estaba convencido de que nuestras justas
pretensiones serían reconocidas y que deseaba agradecer a los «Amigos de Luna Libre»
la maravillosa ayuda que nos habían prestado al contar la verdadera historia de nuestra
pequeña pero vigorosa nación a las personas de buena voluntad de Tierra. (Los A. de L.
L. eran Stu, un puñado de periodistas a sueldo, varios millares de coleccionistas de
autógrafos y un gran fajo de dólares Hong Kong).
También a mí me fotografiaban, y trataba de sonreír, pero eludía las preguntas
señalando mi garganta y emitiendo sonidos inarticulados.
En Agra nos alojaron en una lujosa suite de un hotel que en otro tiempo había sido el
palacio de un maharajah (y que continuaba perteneciéndole, a pesar de que se supone
que la India es un estado socialista), sin que cesaran las entrevistas y las fotografías... sin
que me atreviera a abandonar la silla de ruedas ni siquiera para visitar el W. C., ya que las
órdenes del profesor eran no permitir que nunca se nos fotografiara verticalmente. El
estaba siempre en cama o en una camilla, no sólo porque era más seguro, teniendo en
cuenta su edad, y más fácil para cualquier lunático, sino también por las fotografías. Sus
hoyuelos y su afable y persuasiva personalidad aparecían en centenares de millones de
pantallas de video y en interminables noticiarios gráficos.
Pero su personalidad no nos llevó a ninguna parte en Agra. El profesor fue
acompañado a la oficina del Presidente de la Gran Asamblea - a mí me dejaron a un lado
-, y allí intentó presentar sus credenciales como Embajador ante las Naciones Federadas
y futuro Senador por Luna. Le remitieron al Secretario General, y en sus oficinas un
secretario adjunto nos concedió diez minutos y nos dijo que podía aceptar nuestras
credenciales «sin que ello significara compromiso alguno». Fueron remitidas al Comité de
Credenciales... que se durmió sobre ellas.
Empecé a ponerme nervioso. El profesor leía a Keats. Los cargamentos de cereales
seguían llegando a Bombay.
Después de lo que había visto, no me lamentaba de esto último. Cuando volamos de
Bombay a Agra, nos levantamos antes de que amaneciera y fuimos acompañados al
aeropuerto mientras la ciudad empezaba a despertar. En Luna, cada ciudadano tiene su
agujero para dormir, sea en un hogar hecho confortable a través de los años como los
Túneles Davis, sea en una cueva recién perforada en la roca viva; el espacio vital no es
problema y no puede serlo durante siglos.
Bombay era una ciudad superpoblada. Se decía que el número de personas sin más
hogar que un trozo de pavimento ascendía a más de un millón. Una familia podía adquirir
el derecho (y cederlo a sus descendientes, generación tras generación) a pasar la noche
sobre una superficie de dos metros de longitud y uno de anchura en una acera, delante de
una determinada tienda. En aquel espacio dormía toda la familia: padre, madre, hijos, tal
vez una abuela... Había que verlo para creerlo. Al amanecer, en Bombay, las aceras, las
calzadas de las calles e incluso los puentes están cubiertos por una espesa alfombra de
cuerpos humanos. ¿Qué es lo que hacen? ¿Dónde trabajan? ¿Cómo se las arreglan para
comer? (Por su aspecto, se hubiera dicho que no comían; podían contarse sus costillas).
Si no hubiese creído en la aritmética elemental de que resulta imposible mantener un
ritmo ininterrumpido de envíos hacia abajo sin obtener a cambio otros envíos hacia arriba,
hubiera renunciado de buena gana a la tarea que me habla traído a Tierra. Pero...
tanstaafl. «Nadie regala nada», ni en Bombay ni en Luna.
Por fin fuimos citados por un «Comité Investigador». No era lo que el profesor había
pedido. El había solicitado una audiencia pública delante del Senado, con cámaras de
video. Pero la sesión fue a puerta cerrada. Y el profesor tardó un par de minutos en,
descubrir que, en realidad, el Comité estaba compuesto en su totalidad por altos
personajes de la Autoridad Luna o testaferros suyos.
De todos modos, era una oportunidad para hablar, y el profesor les trató como si
tuvieran poder para reconocer la independencia de Luna, en tanto que ellos nos trataban
como si fuéramos una mezcla de chiquillos díscolos y empedernidos criminales.
Al profesor le permitieron hacer una declaración. Afirmó en ella que Luna era de facto
un Estado soberano, con un gobierno sin oposición en el poder, unas condiciones civiles
de orden y de paz, un presidente provisional y un gabinete que desempeñaba las
funciones necesarias pero cuyos miembros estaban deseando volver a sus ocupaciones
particulares en cuanto el Congreso redactara una Constitución; y añadió que estábamos
aquí para pedir que aquellos hechos fuesen reconocidos de jure y que se permitiera a
Luna ocupar el lugar que le correspondía en las asambleas del género humano como
miembro de las Naciones Federadas.
Lo que dijo el profesor correspondía a la verdad, aunque al mismo tiempo se trataba de
una verdad muy sui generis. Nuestro «presidente provisional» era una computadora, y el
«gabinete» lo formaban Wyoh, Finn, el Camarada Clayton, Terence Sheenan, editor de
Pravda, Wolfgang Korsakov, presidente del Consejo de Administración de la LuNoHoCo, y
un director del Banco de Hong Kong en Luna. Pero Wyoh era la única persona de Luna [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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